jueves, 16 de octubre de 2008

Emprendedores Vs La Salada

Propietarios de pequeñas empresas familiares se quejan de talleres clandestinos fomentados por la populosa feria de Ingeniero Budge. La contratación en negro y la explotación laboral serían los impulsores de precios con los que les resulta difícil competir. Por eso planean conformar una Asociación Civil y unirse para acordar e impulsar los valores del trabajo y de los productos.


En momentos en que la desaceleración económica amenaza con pronunciarse aún más sobre los vapuleados indicadores sociales como la pobreza, la inflación y el desempleo, quienes procuran su sustento con pequeños emprendimientos familiares alzaron la voz ahora en contra otra de las “amenazas” permanentes a sus sistema de supervivencia en la economía nacional, que para colmo se encuentra intimidada por los coletazos del ajetreado panorama financiero internacional.

Se trata de los emprendedores locales, cuyo representante, Aldo Vargas, cargo contra los numerosos talleres clandestinos que funcionan en el Distrito y que tienen su epicentro de comercialización en la Feria de La Salada–ubicada en los límites de La Matanza y Lomas de Zamora-, más conocida por ser una de las mayores ferias ilegales de América Latina.

Manipulación de precios

Para Vargas, que tiene un taller textil en Gregorio de Laferrere “en esa feria hay corrupción”, en referencia al canje de mercadería por inspección policíaca. También señaló maniobras de contratación a través de la “explotación de inmigrantes” que se hacen efectivos en los talleres ilegales. Lo que posibilita la “manipulación de precios”, con los cuales un emprendedor no puede competir, debido a sus costos.

A pesar de que los “Emprendedores de La Matanza no han realizado ninguna queja formal ante la Municipalidad, se encuentran “concientizando a los demás microemprendedores” para después conformar una Asociación Civil, “chapa” con la que confían poder reclamar organizadamente y obtener verdaderas respuestas.

La amenaza

Por su parte, la titular de la Dirección de Políticas Socio Productivas de la comuna, Liliana Suárez no dudó en calificar a ese centro comercial como una “amenaza para los microemprendedores ya que estos últimos recién están empezando”. Tanto Vargas como Suárez coinciden en que “las condiciones son desigualdad porque en esa feria fabrican a gran escala y con gente contratada en negro”. Así, para los emprendedores, el rubro de la lencería es el que esta más afectado por la injerencia de “la salada”, le siguen inmediatamente los “joggings”, que es una de las indumentarias mas ofrecidas en la populosa feria.

Reglas desparejas

Vargas, aseguró que la diferencia que existen entre los talleristas ilegales y los microemprendedores radica fundamentalmente en que los primeros, en general, son “dueños de todo los insumos y ponen a trabajar a la gente en negro y por poco dinero”, en cambio “nosotros nos asociamos para generar nuestra propia fuente de entrada, y convivimos dentro de un marco de legalidad”, aunque, consideró que “las reglas no son parejas para todos”, en referencia a los requisitos necesarios para habilitar un emprendimiento los cuales son muy similares al de los exigidos a “las grandes empresas”.

Explotación boliviana

El emprendedor también señaló que muchas veces, por falta de ingresos se hace necesario trabajar para clientes que comercializan en La Salada y “ellos te pagan lo que quieren e imponen sus horarios”. Ese poder de manejar los precios, según Vargas, proviene del “abaratamiento de los costos” por la contratación de personal de origen boliviano que a menudo “explotan a su propia gente”. Tal como lo confesó al relatar la propuesta de una ciudadana boliviana que lo instaba a traer gente de Bolivia porque “sale más barato”.

A fin de tratar de bloquear esa incidencia en los valores de los productos y del trabajo de los emprendedores, Vargas instó a que se unan todos los emprendedores del distrito para acordar un precio común.


Puestos a la vera del riachuelo

La Salada comenzó a funcionar en 1991 con un puñado de bolivianos que se
instalaron a vender ropas importadas y comida en terrenos abandonados en la localidad lomense de Ingeniero Budge, que en tiempos de Perón estaban acondicionados como balnearios. Como vieron que el negocio era redituable reunieron a sus familias, y cuando crecieron en número armaron Urkupiña SA, que, al sumar nuevos socios, se dividió en Cooperativa Ocean y
Punta Mogotes SA. Más tarde se instaló en el lugar la feria "de la ribera", que creció como un yuyo salvaje de puestos instalados a la margen misma del Riachuelo. Todas funcionan de noche, y convierten a sus 50 mil visitantes diarios en ciudadanos de una espectral ciudad nocturna.

Las "ferias internadas" nacieron en 1999 y desde la devaluación reemplazaron los electrodomésticos y chucherías importadas que vestían sus caballetes por ropa, calzado, compacts y videos.

Algunos de los puesteros manifiestan “somos legales y pagamos nuestros impuestos como todos los negocios". Lo cierto es que la feria da algunas facilidades, al menos las necesarias para que muchos de los que alquilan los puestos, recauden un capital necesario que les permita “montar un negocio propio en la ciudad", como lo aseguran algunos de los comerciantes.

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