miércoles, 10 de diciembre de 2008

En los comedores escolares matanceros, donde comen dos, comen tres


Los maestros dicen que los cupos no alcanzan y que achican raciones para llenar platos. La Provincia admite que subió la asistencia y el municipio lo relativiza. Una postal que duele.

Por un instante, Tomás levanta los ojos del plato que tiene delante y sonríe. En un soplo vuelve a su tarea de deglutir los fideos que quedan, casi en forma frenética. Tomás es uno de los más de 57 mil pibes de La Matanza que cada día van al colegio no sólo para estudiar, sino también para conseguir la que muchas veces será su única comida de la jornada.
En las tierras matanceras funcionan más de 300 comedores escolares que subsisten con una paupérrima suma de dinero por chico. El problema crece cuando, en pleno ciclo lectivo, un gran número de jóvenes se suma a la dieta diaria brindada en las instituciones educativas. ¿Cuál es la complicación? Que el dinero destinado a cada comedor se define a principio de año y si los concurrentes aumentan la única alternativa de las autoridades, que no conciben rechazar panzas hambrientas, es reducir las raciones para que la comida alcance para todos.
Según afirman los trabajadores de la educación del partido, poco a poco ha aumentado, en la mayoría de las instituciones, la cifra de niños que recurren al colegio para alimentarse. Después del pico registrado en la crisis de 2001, un marcado descenso acompañó los posteriores años de prosperidad económica, pero en los últimos meses el número volvió a subir. “El año pasado era siempre un promedio de 100 chicos. Ahora vienen unos 130”, relató María Castro, coordinadora del comedor de la EPB Nº 78 de Gregorio de Laferrere.
Aquí no termina lo intrincado: en varias escuelas deben, además, dividir el horario del comedor por turnos, porque el espacio físico disponible tampoco es suficiente. Así, más de una vez deben restarse horas de clases para que los niños coman. “Generalmente, pasa con las materias extracurriculares, como idiomas o educación física”, aseguró Ezequiel Aguirre, profesor de inglés en diversas instituciones del distrito, quien muchas veces se ocupa en persona de servirles la comida a los alumnos durante su horario como docente.

Maldito cupo

En la Ciudad de Buenos Aires el monto por alumno para comedores escolares es de 3,50 pesos y 1,50 pesos para el desayuno o merienda completa. La diferencia con la Provincia es abrumadora, donde se destinan 2 y 0,70 pesos respectivamente. “Es imposible preparar un plato nutritivo con dos pesos”, reprocharon desde los colegios. Más aún si se considera que el dinero no llega directamente a las escuelas, sino que diversas empresas son contratadas para abastecerlas y muchas veces sus precios son superiores a los del propio mercado. Sin embargo, la situación era peor el año pasado: en 2008 el presupuesto para los comedores escolares subió en un 100 por ciento y en un 33 por ciento en el caso de los comunitarios. “Queremos preservar la calidad nutricional de los alimentos”, argumentó recientemente en una conferencia de prensa el ministro de Desarrollo Social provincial, Daniel Arroyo.
Para Marta Arias, maestra de la EPB Nº 134 del barrio Las Nieves, en González Catán, “nadie reconoce que los números no son reales. Prácticamente se suma un chico por semana al comedor”. Y el cuadro que detalla la docente es admitido por el ministro. “Hace unos cuatro meses que hay un incremento gradual en los comedores”, reconoció Arroyo.
Cada año, antes del inicio del ciclo lectivo, se define el número de chicos en los comedores de cada colegio. También cada año se reducen, obligatoriamente, los cupos. Pero ante el pedido formal de las instituciones, en las primeras semanas de clase son restituidos. “Así funciona el sistema en el Concejo Escolar”, explicó Paulino Guarido, titular del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (SUTEBA) a nivel local. A pesar de esto, la cantidad de “vacantes” que se consigue nunca es la real, más si se considera que en los meses siguientes se irán incorporando más jóvenes. “¿Cómo le vamos a negar un plato de comida a un chico con hambre? Lo estiramos y listo”, sentenció Alicia Fernández, maestra de la ESB 102 del barrio La Salada, en Villa Celina. Así de claro y así de humano.

Olla vacía

“Los comedores surgen como una necesidad de garantizar el derecho de alimentación de los niños en situación de emergencia y esto a su vez garantiza la presencia de los alumnos en la escuela”, manifestó Guarido. Pero ante la constante suba en el precio de los alimentos, fruto de la inflación, es imposible que el monto que la Provincia destina sea suficiente para cubrir las necesidades nutricionales de los niños y jóvenes que van a los comedores.
“Las escuelas se deberían abocar a su tarea específica, que es lo educativo, pero la realidad es que sin alimento, los niños no pueden estudiar. Y pese ha haber más trabajo y una pequeña mejora, aún siguen siendo imprescindibles los comedores”, aseguró el sindicalista.
Así las cosas, ya eran las dos de la tarde cuando la mamá de Tomás pasó a buscarlo por el comedor. Su mirada reflejaba una mezcla de vergüenza y rabia. “No tengo otra alternativa más que mandar a mis hijos a comer al colegio. A duras penas puedo darles otra comida a la noche. Estoy desocupada hace tres años y mi marido hace algunas changas de vez en cuando”, relató la mujer, casi como excusándose. Después, tomó la mano de su hijo y juntos comenzaron a caminar las 20 cuadras que separan a su casa de la escuela.

Déficit nutricional

La mayoría de los comedores escolares ofrecen una dieta desequilibrada, con gran cantidad de calorías pero con déficit en nutrientes esenciales, lo que provoca sobrepeso. Según los expertos, sobran los fideos, el arroz y la papa, pero faltan frutas y verduras, además de las legumbres y el pescado, lo que redunda en la ausencia de calcio, hierro y vitaminas. “Un chico mal alimentado no puede desarrollar todas sus capacidades e, inevitablemente, tendrá un retraso en sus estudios”, advirtió la psicopedagoga María Angélica Sandogorda.


Otros casos, mismas necesidades

Como en las escuelas, en los comedores comunitarios también se habla de un aumento en los concurrentes. Un caso testigo es el del comedor Capullo Feliz, ubicado en la villa San Petersburgo, de Isidro Casanova. “La gente del barrio nos busca como la única solución”, comentó Mirta, quien sin subsidios asiste a más de 20 familias de la zona tres veces por semana. “Vienen más pero no nos alcanza. Tenemos gente en lista de espera”, aseguró.
Por su parte, los centros asistenciales de Cáritas describen una situación parecida. Jorge De Menditte, titular de la sede en San Justo, habló de un incremento similar al de su par en Laferrere, Néstor Reale. “Hoy, los comedores de Cáritas están desbordados”, señalaron.

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