La ciudad de Buenos Aires vuelve a ser en estas elecciones un espejo fiel de lo que ocurre en la política a nivel nacional: un escenario de fragmentación, la impronta de liderazgos con escaso o nulo sustento partidario y la ausencia notable de las dos grandes fuerzas que pelearon históricamente en el país desde mediados de los años 40, como fueron el radicalismo y el peronismo.
El último domingo no se vieron los sellos de la UCR y el PJ en las urnas. La teoría que se desprende de esto es tan simple como abrumadora: no existe más esa división partidaria tan clara porque los nuevos electores se mueven por motivos más autónomos que la pertenencia a un sector ideológico.
El estratega en imagen política ecuatoriano, Jaime Durán Barbas, cree que sólo el 20 por ciento de los electores tiene resuelto su voto apenas se inicia una campaña. El resto son personas comunes que se conmueven por otras razones más que por una clara identificación partidaria.
El argentino actual es afecto a los medios, lee la sección deportes y los hechos policiales en los diarios, además los de la farándula, y no es manipulable por las encuestas. Pero el viraje de esta “nueva época” tiene como característica central otra cualidad: una opinión volátil.
Está claro que desde que ganó De la Rua en 1996 el radicalismo no volvió a tener peso electoral en la Capital. Pero la debacle posterior al gobierno delarruista barrió casi por completo con el radicalismo porteño, que se quedó, así, sin poder lucir victorias en uno de los bastiones de mayor vidriera política del país.
Por su parte, el peronismo históricamente nunca fue un partido muy acompañado por los porteños, salvo en los momentos de gloria electoral que el menemismo supo tener en 1993, cuando Antonio Erman González ganó los comicios de diputados.
La crisis del radicalismo con el abrupto final de la Alianza en 2001 y el armado de poder transversal del kirchnerismo se suman a los motivos del fin de las peleas electorales planteadas por fuerzas bipolares tradicionales en la Capital, aunque no sea un factor determinante.

El último domingo no se vieron los sellos de la UCR y el PJ en las urnas. La teoría que se desprende de esto es tan simple como abrumadora: no existe más esa división partidaria tan clara porque los nuevos electores se mueven por motivos más autónomos que la pertenencia a un sector ideológico.
El estratega en imagen política ecuatoriano, Jaime Durán Barbas, cree que sólo el 20 por ciento de los electores tiene resuelto su voto apenas se inicia una campaña. El resto son personas comunes que se conmueven por otras razones más que por una clara identificación partidaria.
El argentino actual es afecto a los medios, lee la sección deportes y los hechos policiales en los diarios, además los de la farándula, y no es manipulable por las encuestas. Pero el viraje de esta “nueva época” tiene como característica central otra cualidad: una opinión volátil.
Está claro que desde que ganó De la Rua en 1996 el radicalismo no volvió a tener peso electoral en la Capital. Pero la debacle posterior al gobierno delarruista barrió casi por completo con el radicalismo porteño, que se quedó, así, sin poder lucir victorias en uno de los bastiones de mayor vidriera política del país.
Por su parte, el peronismo históricamente nunca fue un partido muy acompañado por los porteños, salvo en los momentos de gloria electoral que el menemismo supo tener en 1993, cuando Antonio Erman González ganó los comicios de diputados.
La crisis del radicalismo con el abrupto final de la Alianza en 2001 y el armado de poder transversal del kirchnerismo se suman a los motivos del fin de las peleas electorales planteadas por fuerzas bipolares tradicionales en la Capital, aunque no sea un factor determinante.

Es probable que hoy Macri haya obtenido un claro triunfo en la primera vuelta, pese a que habrá balotaje porque no pudo llegar al 50 por ciento más uno de los votos, por haber tenido la capacidad, o los asesores adecuados, para interpretar este nuevo clima y, sobre todo, porque sus adversarios se dedicaron más a pelearse entre ellos que a buscar una estrategia para cerrarle el camino.
“Ganó el cambio”, dijo Macri tras conocerse los resultados que lo dieron por vencedor, y esto lo comenta como un avance de la democracia, pero en realidad, se evidencia como una clara muestra de la crisis de los grandes partidos.
Sin embargo, la poca influencia de los partidos sobre los electores no significa que las ideas políticas hayan desaparecido de la escena y, menos aún, las consecuencias efectivas que esas ideas tienen en la vida cotidiana de la gente, porque, aunque hoy las mayorías difícilmente nazcan solas, nadie puede ser llevado en andas o sentarse sobre ellas y esto significa que hay que conquistar los votos uno por uno para ganar y gobernar en el juego de las minorías.
“Ganó el cambio”, dijo Macri tras conocerse los resultados que lo dieron por vencedor, y esto lo comenta como un avance de la democracia, pero en realidad, se evidencia como una clara muestra de la crisis de los grandes partidos.
Sin embargo, la poca influencia de los partidos sobre los electores no significa que las ideas políticas hayan desaparecido de la escena y, menos aún, las consecuencias efectivas que esas ideas tienen en la vida cotidiana de la gente, porque, aunque hoy las mayorías difícilmente nazcan solas, nadie puede ser llevado en andas o sentarse sobre ellas y esto significa que hay que conquistar los votos uno por uno para ganar y gobernar en el juego de las minorías.
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